El independentista catalán, Gabriel Rufián, puede ser apartado de la política en breve.


Como su apellido indica, Gabriel Rufián es un hombre vil, emético, asqueroso, repugnante,   despreciable que vive del engaño y de la estafa. Tengo plena seguridad que le peguntan por la Reforma Constitucional y no sabría decir ni de qué va. En cambio, ruge sobre ella a diario. Tiene algo a su favor, siendo independentista -no del todo- es contrario a la práctica de la lengua catalana en colegios, institutos y universidades.

A sus votantes les deberían condenar a galeras por vota contra él. Para mi que no hay ni un solo político en España que le aprecie, con Tardá ni se lleva. No es persona es cosa y a cosas como esta se les debería prohibir el oxígeno.

Parece claro que el Congreso de los Diputados no puede convertirse de forma sistemática en el patio de juego de Gabriel Rufián. Si en alguna ocasión aislada se produce una intemperancia, eso forma parte del juego parlamentario. Pero el insulto permanente, la agresividad por sistema, no son de recibo ni se le debe permitir.

Eso de a río revuelto ganancia de pescadores….Rufián se está aprovechando de la buena fe  del Partido Popular, de Ciudadanos y del PSOE. Alfonso Guerra, por un lado, Felipe González, por otro, han adelantado una posible solución para dar respuesta al insultador: levantarse del escaño antes de que empiece a hablar, no responderle nunca y abandonar el hemiciclo.

Esperemos que como se anuncia cuando intervengan Gabriel Rufián,  los diputados no presten la más mínima importancia, es más ni contesten por alusión. Aunque pienso que esto le favorecería convirtiéndolo en un Pablo Iglesias. Que, en definitiva, es lo que él busca. 

Aunque si algún diputado le demanda judicialmente, la Presidenta del Congreso le llama la atención a la siguiente vez, posiblemente, el Supremo le inhabilita en lo suficiente como para desaparecer de la política. La verdad son insultos directos a persona y colectivos que crispan a los dolientes y un crispado le puede abofetear en pública y a escondidas. 
                 

Los diputados tienen el deber de defender la libertad de expresión y, desde la libertad de expresión, el respeto a personas e instituciones y el derecho de todos a no ser insultados.

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