No es mí intención de hacer leña a costa de la
reconversión personal de Antonio Hernando por defender un mandato del comité
federal distinto al que defendió antes del 1 de octubre en el ejercicio de su
papel como portavoz del Grupo Parlamentario Socialista.
DSe defendía como gato panza arriba, medio defendió el mandato del
no antes del 'susanazo' que destronó a Pedro Sánchez. Y defendió ayer el de la
abstención porque el mismo comité, depositario de la voluntad de los
militantes, entendió que el bloqueo político exigía modificar el rumbo que nos
abocaba irremediablemente a unas terceras elecciones en menos de un año.
Era y es la misma resolución. Hernando trasladó hasta la
Cámara un compromiso de su partido basado en la resolución del 28 de diciembre
2015 que, hasta la caída de Sánchez, también había inspirado el no. El cambio
de contexto entre una y otra postura acabó transformando la unanimidad del no
en una clara mayoría favorable a la abstención (139 frente a 96) como mandato
vinculante para los 84 diputados socialistas en la investidura de Rajoy (sábado
29 en segunda votación).
Esa es la historia.
Todo ello a raíz de que el máximo órgano de gobierno de los socialistas
entendiera que “la repetición de elecciones es gravemente dañina para la salud
de la democracia”, a la luz de una constante histórica que reza: “En las
decisiones del PSOE, primará siempre el interés de la sociedad española”, dice
la citada resolución del 28 de diciembre de 2015.
Muchos analistas han
preferido enfocar a Hernando como si el gran suceso de la jornada fuera su
caída del caballo o su presunta deslealtad respecto al líder defenestrado. Si
así fuera, se habría desmentido a sí mismo. Pero su coherencia como dirigente y
militante socialista es intachable. Respeta las reglas de la mayoría, se atiene
al principio de unidad de actuación, subordina su interés personal al de su
partido y hace su trabajo como portavoz del grupo, que incluye el deber de
cumplir y hacer cumplir los mandatos del comité federal, como ha venido
haciendo antes y después del 1 de octubre.
Aun así, tampoco
comparto la acusación de incoherencia con sus propias convicciones. Me consta
que, sobre todo en el último tramo de su trabajo en el equipo de Sánchez,
estaba incómodo en la posición del “no es no”. Pero, insisto, ha sido coherente
con su partido y con las políticas decididas democráticamente por la dirección
de su partido.
El impacto de la
reconversión en su conciencia individual solo le concierne a él. En la reciente
convulsión socialista, que se ha llevado por delante a la ejecutiva y ha
modificado la posición en la investidura de Rajoy, importa la resultante.
Que
cada cual se pregunte si es bueno o es malo para España y para el PSOE evitar
las elecciones y normalizar la vida política. Soy de los que creen que es bueno
y que, como dijo Hernando, el tiempo dará la razón al PSOE. Pero no vale decir,
a juicio de cada cual, si es bueno o es malo que siga gobernando Rajoy, porque
lo hubiera seguido haciendo de todos modos, con elecciones y sin elecciones,
con la vida política normalizada o con dos meses más dedicados al mareo de la
perdiz. Tampoco vale hablar de Gobierno alternativo, salvo que se esté de
acuerdo en añadir populismo y secesionismo a la causa del PSOE.
Y, en fin, sería
injusto sostener que la intervención de ayer de Hernando fue un canto de
alabanzas a Rajoy, como dicen quienes acusan al PSOE de haberse rendido a la
derecha. Al contrario, denostó por enésima vez las políticas del PP (“Las
razones del no siguen muy vivas”) y advirtió de que el PSOE mantendrá el nivel
de exigencia que toca al principal partido de la oposición. Lo cual es
perfectamente compatible con la vocación de 'partido de Estado' que de ninguna
manera podía seguir dedicando una mirada distraída al problema de la
inestabilidad.
“No hay razones para
confiar en usted, señor Rajoy, pero tampoco hay razones para mantener el
bloqueo y llevar al país a unas terceras elecciones”, dijo ayer Hernando. Ayer
mismo podía haberlo firmado Pedro Sánchez. Lo hubiera hecho de no haberse
cruzado antes las razones que, al ver amenazado desde dentro su liderazgo, le
llevaron a mezclar la crisis orgánica de su partido con los graves problemas
del país.
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