Zygmunt Bauman. Como que lo de Cataluña da para pensar y para pensar, no hay
nada mejor que leer, leo la modernidad
líquida, del sociólogo Zygmunt Bauman. La expresa del siguiente modo: «En esta
nueva etapa, fase posterior a la anterior en la que todo era sólido, los conceptos
se convierten en licuados; y los acuerdos son precarios, temporales, pasajeros;
válidos solo hasta un nuevo aviso». Es decir, lo que se había presentado como
un horizonte, se cambia inmediatamente; los acuerdos establecidos se modifican
cuando se quiere y los pactos firmados son alterados a conveniencia. O, dicho
de otro modo, describe nuestras contradicciones y refleja las tensiones
existenciales que se generan cuando los humanos nos relacionamos. Esto es lo
que ha sucedido en Cataluña, después de los nuevos acuerdos/arreglos entre la
plataforma electoral Junts pel Sí (alianza entre Convergencia Democrática de
Cataluña y Esquerra Republicana) con la plataforma CUP.
El polaco, Zygmunt Bauman, sociólogo
en trabajos posteriores amplió el análisis de la realidad al subrayar que la
sociedad está perdiendo el sentido de comunidad para encarrilarse hacia un
mundo cada vez más individualista, en el que las acciones y decisiones tienen
que ver más con el instante y el momento que con el horizonte y los escenarios
próximos. Revive, sin duda alguna, lo que otro sociólogo, Richard Sennet, había
descrito en su libro La corrosión del carácter: las consecuencias personales
del trabajo en el nuevo capitalismo.
¿Por qué estas
reacciones? Dos ideas me vienen a la mente. La primera, que las instituciones
democráticas todavía no están diseñadas para operar en situaciones de amplia e
intensa interdependencia; esto es, con muchas variables. Afirmo esto en la
medida en que no es fácil, ni resulta sencillo, manejar los múltiples y
complejos indicadores y que las habilidades para tal manejo no están ubicadas
en ningún manual, ni existe vademécum para ello. La segunda idea es porque la
etapa actual se caracteriza por el incremento de las desigualdades y con ella
la emergencia de nuevos conflictos; esto es, los antagonismos ya no son
solamente entre clases sociales, sino que se plasman en la lucha (o
enfrentamiento) de cada persona con la sociedad. Y de ahí proceden los mayores
síntomas de la carencia de libertad, de seguridad, o los mayores niveles de
riesgos y de incertidumbre.
Por eso, estamos
experimentando nuevas formas de hacer las cosas, no solo en política, sino
también en otro orden de cuestiones, ya sea en el campo de la economía,
tecnología, comunicación, organización, etcétera. Y fruto de dichos cambios
son, por ejemplo, los movimientos de cuestionamiento de la actual democracia,
de la representación política o de las propias políticas instrumentales. En
suma, lo que se viene definiendo como la indignación. Da la impresión de que
las acciones de enfrentamiento contra alguien tienen más probabilidades de
éxito que las decisiones propositivas; o, lo que es lo mismo, generan más
sentimientos de solidaridad que otras políticas sociales, aun a riesgo de ser
expresiones muy explosivas y breves en el tiempo. Por eso la CUP alcanzó tal
éxito en sus negociaciones con Artur Mas. Ejemplo: un pequeño número de votos
en el Parlamento de Cataluña han condicionado el cambio de presidente, de
programa y de representación.
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