EL CABALLERO DE LA MANO EN EL PECHO; EL GRECO.

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El Caballerro de la mano en el pecho; El Greco.
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Estamos ante un retrato, género pictórico caracterizado por reflejar uno o varios personajes, mostrándonos tanto su apariencia física como, sobre todo, su psicología.
Este cuadro nos muestra un caballero contemporáneo de El Greco, un hidalgo del siglo XVI, retratado por Domenicos Theotocopoulos de una manera realista y delicada. Podemos recrearnos con la finura de su vestimenta, alzacuellos y puño de cuidada factura y la maravilla de orfebrería de la empuñadura de su espada y el colgante de oro. Eran realmente elegantes en aquella época los nobles, sólo ellos tenían derecho a portar armas y solían vestir casacas y chaquetas de piel o de ante, se adornaban con joyas diversas y , al igual que puedes ver aquí, el cuello y los puños se realzaban con puntillas blanquísimas y almidonadas, que contrastaban con el negro del resto del traje. Almidonar costaba carísimo en la época pero los españoles de entonces preferían gastarse el dinero en su aspecto externo que en otras cosas como comida o casa. La dignidad del caballero castellano era lo primero.
Su rostro es serio y severo, mostrándose distante y poco comunicativo. No le apreciamos gestos de complicidad o que permitan exteriorizar sus sentimientos. Serio y formal se presenta ante nosotros poniéndose la mano derecha sobre el pecho, con los dedos anular y corazón juntos, lo que produce un efecto estético de delicadeza y sensibilidad. Nuestro amigo, de mediana edad, tiene barba y bigote y profundas entradas en la frente.
Sobre su identidad no estamos seguros. Lo que se ve claramente es una tara física grave en el hombro izquierdo, que se encuentra desprendido. Se ha llegado a pensar que se trataba del propio Miguel de Cervantes, el famoso autor de El Quijote por su deformidad en el hombro y brazo izquierdo (Cervantes fue herido en la batallla de Lepanto, 1571, y apodado por eso “el manco de Lepanto”). Más probable parece que sea D. Juan de Silva, marqués de Montemayor, quien, en la batalla de Alcazarquivir (1578) recibió un arcabuzazo que le dejó el brazo inhábil. Sea como fuere, el caballero está prestando juramento de algún cargo, dada la postura de la mano y la espada (utilizada como elemento ceremonial)..
El fondo neutro (grisáceo) no nos distrae de la contemplación del personaje y nos acentúa el negro de su vestimenta y el color pálido de su piel. A pesar de pintar sus rasgos físicos, El Greco nos oculta su personalidad , su mirada es profunda y abstraída.
El autor compensa correctamente las líneas verticales (rostro, empuñadura) con las horizontales (mano). La pose es casi totalmente frontal, lo que junto con su seriedad e inaccesibilidad, nos lo hacen aparecer como frío y sereno.
Es uno de los primeros retratos de El Greco y, sin duda, el más famoso de todos los que hizo de la nobleza toledana contemporánea. Siempre ha sido considerado como el prototipo de "lo español", el típico hidalgo.
El cuadro sufrió recientemente una polémica restauración que alteró la visión tradicional que del mismo habíamos tenido. Ahora se parece más a cómo era originariamente, ya que en el siglo XVIII fue oscurecido y agrandado para adaptarlo al gusto de la época. Como complemento de la exposición puedes leer dos artículos periodísticos alusivos a la restauración comentada.
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Felipe II convocó un concurso para pintar el tema del martirio de San Mauricio y El Greco se presentó, pero no lo ganó. Su propuesta era demasiado moderna y atrevida para un rey cuyos gustos pictóricos eran muy clásicos y tradicionales. No obstante, el rey le pagó muy bien la obra y la guardó cuidadosamente (hoy se puede admirar en El Escorial). Tras este fracaso le quedó patente a Domenico que nunca iba a llegar a ser pintor de cámara del rey, cargo para el que se había hecho ilusiones, y decidió entonces abandonar Madrid e instalarse en una ciudad de fuerte personalidad oriental : Toledo. A partir de este providencial encuentro, la relación El Greco-Toledo fue muy estrecha y no se puede entender el pintor sin la ciudad que le inspiró, ni Toledo sin la obra del pintor. Aquí se le empezó a conocer como “El Greco”, es decir el griego, puesto que su nombre original resultaba difícilmente pronunciable para los españoles.
Recibió sobre todo encargos de tema religioso para diversos conventos toledanos, pero también realizó temas mitológicos, paisajes y retratos.
Se le considera un pintor renacentista manierista (por imitar en pintura “la maniera” de Miguel Ángel), pero muy peculiar y original y, por tanto, difícilmente clasificable. Utiliza colores muy personales como el verde ácido, el amarillo, rojo fuego, naranja, violeta, etc. Pinta escenas con muchos personajes sin preocupación por su distribución en el espacio, alarga espiritualmente las figuras hasta desmaterializarlas y sus posturas las asemejan a llamas.
Algunos apuntaron que tenía un defecto visual y por eso deformaba los cuerpos, pero no es cierto. En ocasiones las expresiones de sus apóstoles y santos son extrañas y alucinadas y eso se explica por su inspiración en los rostros de los internos del hospital de locos de Toledo.
En Toledo se casó con Jerónima de las Cuevas y tuvo un hijo, Jorge Manuel Teotocopuli, que fue pintor y arquitecto. Murió en 1614 y la cripta con sus restos la puedes encontrar en el convento de Santo Domingo el Antiguo, en Toledo.

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